Leernos, es leerte

lunes, 10 de diciembre de 2007

Donde Pertenece




- ¿No recuerdas? Íbamos a casarnos.
- ¿Cómo?
Tomó un respiro que estremeció al hombre.
- Esa vez…. me pediste que prometiera que nos buscaríamos y nos casaríamos. Pues, aquí me ves, he cumplido.
- Pero….estás…
- Aquí. Aquí, claro un poco más vieja. – hablaba tan felizmente, esbozando una sonrisa que, a pesar de la noche, iluminaba todo el lugar - Pero sigo igual de joven en mi corazón, y mi amor por ti como siempre se ha mantenido fuerte y apasionado.
- Pero….no puede ser…. Basta por favor.
La muchacha retrocedió, la sonrisa se borró. Levantó su avejentado velo y lo acomodó sobre su cabeza, dejando ver su rostro. Su piel cetrina delineaba las curvas de lo que una vez habría sido una cara deslumbrante, pero que ahora sólo dejaba rastros de humedad, años y descuido. Ella no ignoraba eso; era notable que había hecho tremendos esfuerzos por mantener su juventud viva y con un poco de cariño se podía visualizar entre aquellos huecos huesudos una mujer que todavía quería respirar.


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- ¿Quién es ella?
- Es….mi mujer.
Cada vez que nos confiesan algo que no queremos pero necesitamos saber, un nudo se nos arma en el estómago. Sensaciones de estremecimiento, piel de gallina y finalmente un hueco inmenso que no sabemos jamás cómo volverá a invadirse de sentimientos. Pero cuando sólo quedan vacíos viviendo en tu alma, saber que nada más que eso habita en tu interior…ah, sí. Eso sintió ella. Piel y huesos, piel y huecos. Un hombre que había seguido adelante y una mujer que no había sabido soltar.


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Llorar y no poder despedir una lágrima, gritar y no sentir aire en la garganta. Un dolor profundo en el pecho que no parecía querer escapar. Ella no podía hacer nada al respecto. No, ella no.


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- Toma mi mano.
- Por favor, déjame explicarte.
- No necesito explicaciones, necesito irme de aquí.
Sin poder abstenerse, extendió sus dedos hacía ella, quien los tomó en su conjunto y dirigió a su pecho. Su amarillento vestido, todavía dejaba ver los hermosos detalles que decoraban el corsé. Sobre el escote, un ramillete de nomeolvides permanecía intacto. Contrario a lo que esperaba, no sentía ningún frío en su mano; hasta sentía seguridad en ese tacto.
Suavemente cerró sus ojos y se desvaneció.


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Cerrado entre sus manos permanecían rastros de cenizas. A su lado, reposaba un ramillete de nomeolvides junto a una nota: Me has robado el corazón. Consérvalo, es más tuyo que mío.
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Noelia Bertocchi

1 comentario:

Chebing dijo...

Me parecio una excelente historia, muy bien escrita además. Sin embargo, estoy en contra de aquellas opiniones que dicen que es confusa, yo la entendí perfectamente.

Tal vez escriba algo a partir de tu relato, no sep, tendria que ver **

keep up the good work :P