Leernos, es leerte

miércoles, 28 de noviembre de 2007

La Transformación. Relato


Twisted Ink Productions presents:

La transformación
By Chebing


Golpeé la puerta varias veces, a los pocos segundos Julieta respondió. Pude notar por su cara que yo estaba peor de cuando había salido de mi casa. Sin decirle nada pasé y fui a buscar el espejo, ella estaba desconcertada, no sabía qué estaba pasando. Después de unos segundos reunió la valentía para preguntarme qué me había pasado, a lo que simplemente respondí: “Me desperté así”

Cada minuto que pasaba, la situación empeoraba, me di cuenta que ahora también estaba afectando mis pies, ya no quedaba lugar en mi cuerpo sin rastros de esta maldición. Ella me dijo que tenía que ir a un hospital y fue a buscar las llaves del auto, yo seguí mirándome al espejo, esperando que todo aquello sea una mentira, que sea un sueño.

Volvió con las llaves, me dijo que no había tiempo que perder y subimos al auto. Ella estaba tan nerviosa que no podía arrancarlo, mientras yo me miraba en el pequeño espejo del auto, analizando centímetro por centímetro mi rostro, intentando descubrir la causa de mi enfermedad.

Julieta nunca manejó tan rápido, fueron muchas las veces que estuvimos por chocar, recuerdo que me dijo que saque un pañuelo blanco por la ventana, pero yo no podía hacer nada, estaba hipnotizado, estaba encantado por mi reflejo en el vidrio.

Llegamos al hospital, yo no podía hacer más que esconder mi cara con mis manos, mientras Julieta gritaba que era una emergencia y que necesitábamos un doctor, los demás nos miraban, me miraban. Mis manos también tapaban mis lágrimas y vergüenza. Una enfermera se acercó, preguntó qué me pasaba, Julieta dijo que necesitábamos un dermatólogo urgente, pero la enfermera necesitaba saber qué pasaba.

Con miedo retiré las manos de mi cara, y con más miedo aún noté el terror en la cara de la enfermera y en la cara de Julieta, obviamente en el corto trayecto al hospital mi deformidad siguió avanzando a gran velocidad. El dermatólogo llegó a los pocos minutos, no sé qué le habrán dicho, pero se notaba que estaba preparado para lo peor. Sin embargo, mi deformidad excedía todo pronóstico y al igual que Julieta y la enfermera, el medico no tuvo sino una expresión de miedo al ver mi cara.

Estuvo a punto de agarrarme del brazo, pero no lo hizo, simplemente dijo que lo acompañe y le pidió a Julieta que me espere. Me dijo que iba a hablar claramente conmigo, él era un experto y había visto demasiadas cosas en su carrera, pero nada como mi enfermedad. Dijo que no sabía si era contagiosa, si era mortal, si tenía cura y que por lo pronto tendrían que ponerme en cuarentena.

Yo estaba demasiado shockeado para entender lo que me decía. Nuevamente con las manos en mi cara, lo seguí a través del hospital, llegamos hasta una especie de sala de cuidados intensivos, pero con la particularidad de que no había nadie allí. Me dijeron que sería mi nuevo hogar por los próximos meses, hasta que pudieran curarme.

Todo el pabellón estaba vació, era sólo para mí. Habían muchos cuartos y camas, algunos baños pero ningún espejo, sin dejar que esto me afecte, elegí una cama y me acosté en ella, intentando conciliar el sueño. A los minutos o a las horas, no lo sé, me despertó una enfermera, toda cubierta con un traje para evitar un posible contagio. Vino a buscar sangre, clavó la aguja, hizo su trabajo y se retiró sin decirme siquiera una palabra de aliento o preguntarme cómo estaba. Fue ahí cuando entendí, ahora no era un paciente, era una posible amenaza.

Volví a dormir, sin mucho éxito, pero sí con mejores resultados. Al poco tiempo que cerré mis ojos, volví a escuchar pasos viniendo hacia mi, rápidamente pensé que me iban a hacer otro análisis, sin embargo, para mi sorpresa, no era una enfermera sino Julieta quien venía.

Al parecer a ella también la tenían que poner en cuarentena, debido al tiempo que había pasado a mi lado. Cuando llegó le di un abrazo, sin embargo, no pude dejar de pensar que quizás mi enfermedad era contagiosa, y que la estaba contagiando a ella. Nos pusimos a hablar inmediatamente, ella me preguntó si había sucedido algo fuera de lo normal en los últimos días, yo le dije que lo único que venía a mi mente era que por primera vez en mi vida, había cometido el mismo error dos veces.

Ella me miró de forma furiosa, pensó que no estaba ayudando a resolver el enigma, me dijo que dejé con los juegos y que piense en serio. Después de mucho reflexionar le dije que no había pasado nada fuera de lo normal y que esta situación era tan extraña para mí como para ella.

Por suerte las horas pasaron y a ella no le sucedió nada. Llegada la noche, nos trajeron un poco de comida, bebida y muchas dudas, sumadas con miedo, miedo a lo desconocido, miedo a lo que capaz los podría afectar a ellos también.

Pasó una semana antes de volver a ver al doctor. Él estaba de un lado del vidrio y nosotros del otro, dijo que al parecer no era nada contagioso, pero que por precaución debíamos quedarnos ahí un tiempo más. También dijo que era una deformación de la estructura de ADN producida por un fuerte estado mental, que causaba las mutaciones en mi cuerpo. En la teoría esto se podía resolver con hormonas y con inyecciones diarias de ADN normal. Dije que en cuanto tuvieron algún suero o inyección que empezáramos con el tratamiento, tanto por mí como por Julieta. Ella agarró mi mano y soltó una lágrima.

Pasó un mes hasta que volvimos a verlo al doctor, mi cara estaba irreconocible, era algo completamente nuevo. El doctor no pudo sino sorprenderse ante un cambió tan drástico. Nos dijo que la transformación, la mutación estaba casi completa, por eso debíamos actuar rápido. Debido al dinero que costaba un proyecto semejante y a la complejidad del mismo, muchos doctores de todo el mundo se involucraron en el proyecto, desarrollando una vacuna justo a tiempo.

Al día siguiente, ante todos los doctores, y en televisión, empezarían las inyecciones.

Había olvidado la sensación que produce el miedo, sin embargo, cuando los doctores me vieron, no pudieron hacer otra cosa más que dejar ver su terror y sorpresa por la deformidad ante sus ojos. Me sentí apenado, pero pensé que todo iba a terminar pronto. El doctor dijo que la primera inyección era la que más cambio tenía que hacer, visible a partir de la media hora de inyectada la misma.

Mi corazón latía más fuerte que nunca mientras la aguja penetraba mi cuerpo. La ansiedad se notaba, todos miraban el reloj, el cual nunca había pasado tan lento. Al pasar la media hora me sentí igual que siempre, ni peor ni mejor, pasaron dos, tres, cuatro horas y los doctores se impacientaban.

Nadie sabía cuál era el problema, la vacuna era la correcta y los cambios tendrían que ser visibles para ese momento, la decepción entre los médicos se hizo notar rápidamente. Uno por uno empezaron a abandonar el cuarto, y por cada uno que se iba, un poco más lloraba Julieta, hasta que sólo quedó nuestro doctor que me miró y me dijo que pase lo que pase, él seguiría el tratamiento.

No fue sino hasta la 3er semana cuando el cambio se hizo visible, yo estaba durmiendo cuando Julieta me despertó con lágrimas de emoción, diciendo que había mejorado por 1ra vez, llevé mis manos a mi cara, intentando descubrir el avance, pero no noté nada, sin embargo, ella me dijo que confíe y que espere al doctor.

Cuando él me vio, analizó detalladamente toda mi cara, con una foto al lado de la misma, y luego de muchas observaciones simplemente dijo: “Lo logramos, está funcionando”. Miré al techo, suspiré y pensé que al fin podría recuperar mi vida.

Pasaron 6 meses más de inyecciones diarias hasta que por fin pusieron espejos, yo estaba encantado con el resultado, todavía veía rastros de la enfermedad, pero me podía reconocer, cosa que la última vez me había sido imposible. Más allá de eso, mi cuerpo estaba como antes, era lo único que me daba fuerzas, mirar como el cambio también se presentaba en mis pies, manos, y bueno, todo el cuerpo. Ahora, el espejo sería mi nueva fuente de esperanzas, ya que sentía que había abusado demasiado de la pobre Julieta, que no hizo más que estar conmigo en los momentos más difíciles. Nunca me hubiera perdonado si la contagiaba.

Otros 2 meses pasaron hasta que la recuperación se completó, sin embargo, por precaución, nos quedamos dos meses más ahí adentro. Los resultados indicaban que la enfermedad había desaparecido por completo, sin dejar rastro, que no hacía falta seguir con las inyecciones y que no era nada contagioso, ya que Julieta estaba perfecta.

Me despedí del lugar que había sido mi hogar durante 2 largos años y del doctor que me había devuelto la vida, simplemente estrechando su mano y diciendo: “Gracias Doctor, usted me salvó. Pensar que estuve a punto de convertirme en el animal en el que más temo, el ser humano”

1 comentario:

x Noelia x dijo...

no entendi lo de las enfermas , o enfermeras? los enfermos le sacaban muestras? no era q estaba solo ?

julieta estaba algo deforme tambien? decis que cuando la mira a julieta, se da cuenta que él estaba peor

el final es bastante interesante, todo un giro ..
me suena bastante, de otra historia
cuando me acuerde , aviso